Y es que él está tirado en su habitación, admirando un cd de
Nirvana, ese, aquel con el éxito "huele a espíritu adolescente".
Realmente no entiende que sucedió, pues el instante vivido estaba lleno de
náuseas, mareos, y demás síntomas que pasa una embarazada... Pero era normal,
muy normal, incluso para su primera declaración de amor.
Se perdía en la imagen ese querido chico. Y sus lágrimas eran las
que se acordaban de esa patética escena, en la que él caminaba con mucha
inseguridad, incluso iba como en zig-zag, como si se estuviera haciendo pipí;
en ese instante ella como un fantasma, apareció. Él corrió para alcanzarla,
corrió como nunca lo había hecho en su corta patética vida.
-Annie. –Dijo entrecortadamente. -¿te gusta el helado de vainilla? –Pero qué
tipo de clase es esa pregunta, pensó Adrian, carajo, sólo a mi se me ocurren
ese tipo de preguntas idiotas.
-Claro, ¿y dime, a quién no? –Sonrió tranquilamente, era aquella
sonrisa la cual apaciguaba todos los malestares de él, y sin embargo en ese
momento sus nervios eran más poderosos que la radiante y perfecta dentadura de
ella. –En fin, ya me voy Adrian, cuídate, bye-bye.
El chico se quedó petrificado en el pasillo donde la había abordado
para hablar, veía la dulce silueta de Ana, su pequeña y dulce Annie, se iba en
una especie de danza que muchos llaman caminar hacia la salida de la
preparatoria. Reaccionó cuando ella se detuvo para recoger una revista, corrió
otra vez hacia ella, le dijo entrecortadamente lo que su corazón decía desde
hace dos años, cuando la conoció, era el momento pensó él, no es el momento
dijo ella.
A mulato, an albino, a
mosquito... Apagó su reproductor, en fin ¿quién chingados decide cuando es el
momento para demostrar lo que uno siente? Tomó su grabadora y se dirigió a casa
de Ana, desapareciendo al compas de una melodía que solo él pudo escuchar en su
interior...
Fin.