sábado, 10 de diciembre de 2016

El discurso que nunca di

Hace unos días fue mi graduación. Cuando era niña y veía las películas gringas creía que era un momento importante en la vida. Tal vez uno de los más, sin embargo poco a poco yo misma le fui quitando y restando la importancia, pues en mi caso sólo representaba que había terminado las materias que cursé en la licenciatura y no como tal el título que se me otorga para ser una licenciada en letras. Pero, no quise que pasara desapercibido, de hecho, ese día estaba emocionada, viendo que vestido usar y que peinado llevar, necesité a mi madre y a mi abuela, y ellas en cierta forma también necesitaron estar en ese momento conmigo.

Lo feo vino antes y se acentuó después, primero, las malditas trabas que nos pusieron los directivos para poder llevar a aquellos que no alcanzaban el porcentaje marcado para poder asistir a la "ceremonia". Ni siquiera nos dieron una constancia bonita o algo así, fue una estúpida felicitación con mi nombre mal escrito (cosa que ya ni debería sorprenderme, siempre pasa algo así). No fueron amigos muy queridos para mí, y sí asistieron fueron como público. Pero repito el evento no estuvo mal. Para mí sorpresa lo disfruté...

Como venía diciendo cuando era niña el graduarme de la universidad significaba todo para mí, y sí soñaba con ser elegida para dar algún discurso soso a personas que ni siquiera tienen alguna noción de mi existencia, y no, no sería un discurso de "los extrañaré, les agradezco, fueron los mejores, risas lágrimas y de todo..." No, no y no.

En él pondría algo así:

"Me caga su hipocresía, me caga estar vestida con una toga que ni me queda bien, me caga que todos fanforroneen y que yo me sienta halagada de estar aquí, cuando en el proceso la mayoría fueron unos mierdas, y eso sea el producto de tanta cagada. No la pasé bien, tuve que asistir con un loquero para que me convenciera de no abandonar 'mi camino' ¿Qué camino es este? Apuesto que la mayoría de sus conocidos ni sabía que chingadamadre estudiabamos y sí es que lo hacíamos, debo confesar que la mayoría del tiempo me la vivía en otro lugar que no fueran los salones que me enfermaban con ese ambiente propiciado por sus groserias, altanerías y posturas de pseudocríticosecritoresbestsellersartistasúnicosydiferentes, vayanse al diablo. Jamás les importó los problemas de los demás, siempre se la pasaban críticando y haciendo más grande un chisme, haciendo sentir a los demás como ustedes se sienten, mierda."

Si... es algo bastante rencoroso. Así qué que bueno que no me eligieron para dar discursos y ese tipo de cosas, digo no es que todo de la carrera hubiera estado para vomitar, tuve buenos momentos, como cuando salíamos en grupitos a comer a algún restaurant o cómo cuando pedimos una hamburgesa monstruo, eso fue genial, o las fiestas que hacía la Planta por su cumpleaños, pero también me sentía muy desdichada cuando se olvidaban de mi existencia. Tal vez sólo quería ser alguien significativo en ellos.

De las cosas graciosas que me sucedieron... pues fue enamorarme chorroscientas mil veces de la misma persona la cual jamás pronunció bien mi nombre, y lo odié tanto cuando se cortó el cabello, apesar de que su sentido de ver la vida siempre transgredió con la mía.

Vi cambiar de colores el edificio, vi muchísimas lluvias, también lloví en ella... jamás olvidaré el día en que me sentí tan juzgada y mirada por llorar como Magdalena, tampoco olvido las palabras de varios profesores, las actitudes de unos y hasta sus modos y manías.

O también que antes vendían cigarrillos en la tiendita. Y las historias de generaciones pasadas sobre las orgías desperdigadas en los salones y escondites de la facultad.

Los besos que dí, los que me dieron, el subir hasta la azotea y quedarme momentaneamente atrapada, los atardeceres y madrugadas que a veces llegaban a mis ojos.

Las materias, los encabronamientos que me di por no dormir para que al final el trabajo estuviera listo pero el humor de los profesores no. Los cigarrillos que fumé, y fumé muchísimos porque si que era estresante estar ahí. El día que regalé pulque o cuando vendí bolas de arroz y galletas para ir a ver Robert Smith, el inició de un amor, de dos, de tres... el que finalizaran, el estar sola.

Las chinas, los alemanes, el inglés, el francés, el polaco... los amigos de otros países que hice, y también de otros estados. Y los que siguen aquí. El enamorarme platonicamente de un profesor, el desenamorarme de dos. Los trabajos mal hechos y bien calificados, el comer a la gente...

El que me comieran a mí. El correr de un baño a otro porque estaba cerrado o no había agua, las veces que gorronee café, agua, galletas... los congresos, los coloquios y eventos "importantes". El conocerlos. Y algunos... jamás querer volver a verlos.

El reencontrarme a mí misma, el ver como florecía y me marchitaba cada cinco minutos. Darme cuenta que siempre fui buena para escribir, el amar eso, el por eso amar y el por eso amarme.

Reitero, la ceremonia no estuvo mal, de hecho me estuve riendo muchísimo, sintiendo esa energía de estar apunto de subirte a una montaña rusa. Fueron mis amigos, mi familia, gente que amo y adoro y que no cambiaría nada de ellos...

Lo malo fue al otro día. No quería despertar, no quería seguir, ¿qué maldito sentido tiene la puta vida si estoy más sola que una pinche roca?
Y quería platicarte todo esto, quería contarte cada uno de estos malditos detallitos. Pero no estabas ahí y no lo estarás, te eché por mí. Decidí estar conmigo.
Lo malo es que a veces hasta de mí me asqueo.

El psiquiatra me dijo que tal vez se deba a que las circunstacias no eran las mejores, y concuerdo con ello, papá se sentía incómodo al ver a mamá y mamá la reina del carnaval queriendo ser el centro de mi pequeñísimo mundo atajandose logros ajenos. Y yo... yo sólo quería de ellos escapar, lo hice, me fui a beber a jugar a reír. Para que al otro día me volviera a cachetear esta realidad sin ti.