jueves, 17 de abril de 2014

Bajos retiros

¿Alguna vez haz sentido el sonido de la música golpeando tus oidos? Si es así, bienvenido seas a mi mágico mundo. El sonido que más amo, el recóndito sonido que más me gusta escuchar es el de algo grave. Sin embargo, también hay sonidos que odio, que mi oido odia profundamente. Y ese es el sonido de la ignorancia. No es un sonido bello y sonoro como los golpeteos de las cuerdas de un bajo. Es más bien como un inmenso ruido el cual te carcome las entreñas del corazón que se unen a aquel maravilloso instrumento que usamos para escuchar.

Y no es que la presencia de Dios nos hable a partir de un falso mesias, no, no es nada de eso, yo creo que es a través de los sonidos graves, del pum pam tun tun pam tun (¿me entiendes?). No todas las personas perciben aquel sonido, eso es lo que me agrada... sólo un oido entrenado o más o menos amaestrado es capaz de notarlo en una canción... y es lo que le da el sabor, el ritmo y la emoción.

Así como la necesidad o la creencia en algún ser poderoso o mágico. Yo no cuestiono eso, pero si cuestiono mucho cuando alguien toca mal. O cuando alguien habla por hablar, tratando de convencer o de alienar a alguien a algo (cómo yo, en este instante). Sin embargo nadie les enseñó a esas personas como hablar acerca de los misterios del universo, así como nadie les enseñó a tocar con el corazón.

Estoy tan decepcionada de aquellas personas que no saben valorar el bello sonido de un bajo, un chelo, un contrabajo y aquellos instrumentos de cuatro cuerdas gruesas (a veces son más). No es que le quite el mérito a los demás instrumentos, para nada. Pero es que a veces uno se enfrasca, se queda casado con una idea... y no importa si los argumentos, o si las armonias, o arpegios de alguien más, son validos, uno por sus pantalones no acepta; aceptar ja, ni siquiera llega a entender o escuchar.

Es como si se guardara un secreto, pero tan sólo era la representación del padre celestial. Oh vamos, no era tan malo. Yo sólo quería huir de ahí. En ese lugar no había sonidos graves, había sonidos agudos, agudísimos tanto que sentía que mi corazón iba a estallar de dolor, y me regalaron otro, me lo impusieron a base de chantajes y discursos baratos, cómo cuando un bajista no se escucha porque en realidad es muy malo, no hay alma en esa canción. No había amor.

Tal vez y le doy muchas vueltas a un asunto, pero trato de explicar, que no todo lo que parece bueno es bueno. No importa cuantos perdones se pidan, cuantos sacrificios se hagan, cuantas horas uno se quede como loco practicando, intentando hacer hammers, slaps o tappings, no importa cuantos pecados reconozcas o cuanto amor le entregues a una madre, al vecino, a tu hermano, al vago de la ciudad. Nada de eso importa... sino se hace de corazón, sino se hace desde dentro, con convicción y deseo. Y no con amenazas o muestras falsas de afecto y aceptación.

Yo no necesito espectáculos baratos, ni de canturreos vacíos. No necesito jugar como niña, porque en mis adentros aún lo soy. No necesito de falsa simpatía, o de críticas disfrazadas de juicios. ¡No! Lo que yo necesito es aquel bálsamo que cura mis heridas, es el sonido grave, lastimero, profundo, provocador, potente, parsimonioso, fuerte de un bajo.

Quisiera ser más precisa con mis palabras, sin embargo, aún estoy aprendiendo de todo esto. No puedo estar encerrada en una idea, mas esta idea es la que más me agrada. Es por eso que huí de ese paraíso en llamas, porque necesitaba un poco más de esas dosis que me da tu sonido.

Por cierto, se dieron cuenta de que ruido, odio, oído y Dios comparten letras.

Ellos ni tolerancia quisieron compartir.


viernes, 4 de abril de 2014

¿De qué sirve?

Amanda se preguntaba a recientes fechas de qué sirve ser alguien bueno. Amanda rodaba por su cama pregúntandose eso cada noche calurosa de primavera. Lo hacía porque no encontraba manera alguna para dormir tranquila. En sueños la perseguían aquellas malditas caras, mil, para ser exactos, en las cuales se transfiguraban sus más oscuros temores.

¿De qué sirve ser alguien bueno? Se lo seguía preguntando, una y otra vez, como una especie de mantra, el cual le funcionaría para sentir estabilidad en ese caminito empedrado llamado vida. Vamos, dame alguna respuesta consciente, vamos Amanda. -Se repetía con cansancio.

¿De qué sirve, en serio, de qué sirve? Amanda no le encontraba ya algún fin. Siempre los buenos son los que más sufren, o son los que más decepciones se llevan, sin embargo, su nivel de optimismo es mayor al de una persona atrapada por la realidad... ella quería ser atrapada por la realidad. Y puede que ya lo estaba logrando, el primer paso fue pensar en la utilidad de la bondad.

Pero, Amanda estaba olvidando el méollo más importante de una historia. La historia misma, así que se levantó del suelo frío en el cual estaba mirando el techo mientras pensaba en esta temática.

La historia de Amanda comienza como cualquier otra, en algún lugar. Ese lugar, era su lugar, en dónde se sentía protegida y dónde nada ni nadie la alteraría. Pero como siempre, como todo, como en cualquier caso, y en cualquier situación, se equivocó. Llegaron ellos, la causa de todos sus embrollos emocionales. No eran sus padres, amigos o familiares... eran algo así cómo sus "acompañantes". Tal vez lo único en común con esos seres es el hecho de que son humanos. Eso y, no más.

-Mira, mira. Oh, Amanda, querida, que gusto verte. -Mintió acompañante uno cuando la vio. Hizo una mueca retorcida fingiendo ser una sonrisa.

-Hola. -Articuló con voz modulada tratando de sonar amigable. Se hizo a un lado dejando lugar para los demás. En realidad eran acompañantes y no compañeros o camaradas... pues sólo de vez en cuando le hacían compañía (una no muy confortable, por cierto) al ir en el mismo salón de clases.

Amanda prefería la soledad, prefería estar tranquila viendo como los árboles cambian gracilmente de estación... amaba esa armonia, amaba todo lo referente a lo sublime, a lo mágico, a lo exótico, a lo único...

-No, no te preocupes, creo que este lugar no está tan chido, es muy tranquilo, y ya sabes que amamos las fiestas o la música buena. Y aquí puro en inglés, no entiendo nada. Aich, qué fastidio. -Acompañante dos sacó las garras ante la falta de cultura o la falta de tolerancia o la falta de buen gusto o la falta de alguna neurona porque en realidad ese lugar era maravilloso...

Es el lugar que siempre soñaste, Amanda. Y lo encontraste. Con olor a humedad, lleno de muebles viejos, rock clásico en inglés, carteles de miles de cosas, estantes con libros viejos y gastados (porque seguramente se disfrutaron mucho), y un bello terrario lleno de plantas sin podar, sin figura, mostrandose tal cual como son; natural.

Y todo por intentar ser asquerosa buena gente, según tú. Preferiste irte con ellos.

Amanda se apuntó sin que la apuntaran.

¡Lo volviste a hacer!

¿Es qué acaso no eres conforme con tu soledad, es qué acaso no estaba feliz con tu tranquilidad?

Amanda, cabello corto hasta la mitad de la oreja, lacio, caderona, sin cintura, delgada, y con muy poco pecho. Ojos cafés de cansancio. Piel morena, tostada por el sol. Hermoso color. Rostro sincero, facciones nítidas y nariz pequeña. Labios soñados por otras chicas. Amanda, amada por los amantes. Amada por los amorosos, amada por los amateurs en el amor...

Amanda insegura, marchita e intranquila. Lo volvió hacer... se volvió compañera de sus acompañantes. Todo para sentir la calidez de la amistad, la calidez del cortejo, la calidez de la aceptación.

¿De que sirve, de qué sirvió? Si terminaron humillándote... te mintieron. Y te dejaron sola, con tu parsimonía hecha trizas.

¿De qué sirve? Carajo, dame alguna razón.

Lloró por toda su habitación, y volvió a contestarse la pregunta del millón, volvió a responder con la misma frase. Porque no le queda de otra, porque es tarde y debe dormir.

Porque ser bueno sirve, al menos, para algo.



martes, 1 de abril de 2014

Puntos de vista (diez de diez)

10.- No creo en ti.

Sé que podría escribir algo más grande o más preciso, pero en realidad... esperé mucho por este día, el día que representaba tal vez algo, pero creo que en este mismo día de hace un año, de hace dos y de hace tres... para ti da lo mismo.

¿Y qué crees?

Para mí, también.

Sólo te pido como último consuelo, favor, ruego... (ya que soy una dramática que necesita atención).

DEJA DE ESTAR CHINGANDO MI VIDA.

Ahora sí, vas a chingar mucho a tú reputísima vida...

Ya que al fin, al fin estás fuera de mí... y de lo que yo pueda llegar a sentir.

Merci, merci.

Por último, disculpen queridos lectores, si esperaban algo mejor de esta pseudo escritora... sin embargo, no podía avanzar sin dejar esto... ya era tiempo, y ya es hora. Es tiempo de mí... para ustedes... y para el que guste compartirlo.

(Gracias por leerme)