martes, 6 de enero de 2015

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Hace no mucho iba a entrar a un pequeño concurso para que me publicaran un cuento, el tema era las fobias, me sentí identificada; empecé a escribir. Sin embargo, no envié nada, y mucho menos terminé algo.

Si he de ser honesta, le tengo miedo a las aves, y a quedarme ciega. Pero todo eso no se compara con lo que he vivido en recientes fechas, me da terror no tener un lugar o una persona a la cual llamar hogar.

Tal vez sea una etapa, ojalá lo sea, porque cada mañana me despierto con esa fría sensación de no tener el respaldo de alguien que por cierto, he llegado a la conclusión de que tal vez y es por eso que uno busca refugiarse en una fuerza extraordinaria a su existencia, es decir, un Dios.

Pero en mi caso, aún no busco a ese Dios amoroso y redentor, ya que siempre ha estado presente en mi vida. Hablo sobre la familia, aquel primer núcleo en el cual se aprende de una manera primaria a como adentrarse a la sociedad. Aclaro que como persona me contradigo más de lo necesario, y que muchas veces mis ideas no son fijas, no obstante, estos días me he sentido totalmente desaliñada de lo que soy.

No es novedad que discuta con mi mamá, pero ahora es hasta con el perro esas bolas de basura mental, muchas veces deseamos ser comprendidos y ni siquiera entendemos el entorno en el cual nos estamos expresando. Papá pide que lo respete, cuando en realidad jamás se ha cruzado esa línea, mis hermanos pides un refugio mientras yo me desmorono en sus brazos.

Lo admito, creo que mis problemas del año pasado eran bastante sosos como para que hoy diga que le tengo horror a no tener un hogar. Tener una persona que no importa lo que pase, me seguirá queriendo, y hará lo imposible por mí, porque al final, eso es lo que la mayoría busca.
Un hogar.