jueves, 2 de mayo de 2013

Lia muere

Lia es una perra.

El pelo de Lia es negro, eso se debe a su raza belga. Tiene unos ojos tan penetrantes como el de los cuervos, negros. Tal vez en algún momento de su vida amó corretear ratas y pájaros. Y es que jamás pudo probar como era su naturaleza, ser pastora y agrupar perdidas pequeñas ovejas.

Ella deja pelos en toda la casa. Debieron haberla conocido en sus años de esplendor. La recuerdo con una extraña nitidez. Y es qué, cuando yo llegaba a Tacuba mi gran temor siempre era que aquella con rasgos lobeznos me comiera de un sólo bocado. Sin embargo, sólo ladraba un momento y de nuevo se iba.

Lia ya no era ente más en esa casa, ni siquiera fungía con su papel de perro. Era algo así, como un miembro de la familia sin tener que hablar alguna lengua conocida. Incluso tenía su lugar en la gigantesca madera de mesa. Y recuerdo muy bien, que te veía con reproche, cómo si le debieras algo. A Lia le gustaban las tardes con sus dueñas escuchando la radio. Una estaba en la mecedora, otra en algún lugar arrinconado de la sala, y la tercera dueña se la pasaba acariciándola.

¿Respecto al día de baño?

Le encantaba. Se ponía tan pomposa arriba del lavadero de piedra que está junto a las escaleras de caracol, aquellas que con tanto desdén odio por ruidosas. Pero para Lia, aquellas escaleras significaba un tono más de su altivez.

Pero hoy, hoy queridos amigos. Lia muere, Lía ya no tiene esa grandeza que tanto la caracterizaba en días calurosos de verano, y no olvidemos los días tristes de invierno. Lia que apoyada en media pata puede caminar pues sus cayos se lo impiden al andar. Oh Lia, si te hubiese conocido más, tal vez, tal vez y tu muerte no sería tan intranscendental para mí.