jueves, 24 de octubre de 2019

Diario de una vagabunda (2)

Era el día de mi cumpleaños, veintiséis. No me sentía miserable. Sino bastante abrumada. Era el día de mi cumpleaños, carajo. Y mi madre y mi tía veían como me volvía loca porque no estaba impresa la quinta entrega de la revista. Se lo había advertido antes al diseñador: "Chava, por favor, no quiero armar revistas en mi cumpleaños". Pero bueno, las cosas siempre tienen un giro inesperado, no es que haya pasado un mal cumpleaños, realmente ni se sintió como uno. 

Me pesó mucho no recibir una llamada de E², el no poder pasarlo con mi padre, el que Coque no estuviera, el tener que armar revistas en el departamento de Rob y que ese colombiano no estuviera ahí como un año atrás, el no terminar mi tesis y estar sola. Me pesó mucho, pero era más la urgencia de que todo estuviera listo para el otro día que no sé cómo rayos convencí a algunos amigos de que me ayudaran a armar las famosas pérdidas. 


Y así comienza esta historia. Eran las 2 a.m. Tzur y yo tomabamos un Uber para llegar a casa, mi camión hacia Orizaba salía a las seis de la mañana. T me vería en la CAPU, allá nos aguardaba su amiga C. 


Estaba muy animada, iba a mi primera feria de libro en otro sitio que no es Puebla. Viajaba con uno de mis más queridos amigos, daba igual si tenía el corazón roto, ya me las apañaría. Y la conocí.


Ahí estaba ella, medio adormilada escuchando no sé qué. T se acercó en lo que yo hacía una llamada telefónica. Nos presentaron, sentí un halo de calor maternal, me pareció linda. Luego comentó que era filósofa y yo que no estoy nada dañada ni traumada, luego luego solté algo sobre mi relativo odio a los fenomenólogos. 


Llegaron por nosotros y fuimos a lindo sitio llamado Hospicio no sé qué cosa, era un edificio un tanto lúgubre, me recordó a La Castañeda. Hice chistes clasistas como es mi costumbre cuando no sé como debo comportarme, estúpida verborrea. 


Y de ahí nos movimos al centro de convenciones que estaba delante de un cerro, me pareció curiosa y también curioso, tenía mucho que no pasaba por ahí. Y sigo en lo mismo soy más fan de Orizaba que de Córdoba.


Fue un evento interesante, pedí los viáticos acordados, todo marchaba de acuerdo el plan. Ir a Córdoba regresar por la noche y ver que era de nosotros. Ya no éramos dos en el viaje, sino tres. Lo cual lo hacía interesante.

Llegamos a un encuentro de escritores, en lo personal parecía una convención del INAPAM, puro viejito. Y bueno, cómo llamé a última hora todas las atenciones que tenían hacía los demás se hacían muy notorias ante nosotros.

Nos llamaron para participar en la última mesa, extrañamente C, se encontró con uno de sus colegas de Oaxaca y por eso le dieron el espacio para leer, yo era una recomendada y T era mi acompañante, ya se había pactado que íbamos a participar. Pero les digo, a veces los viejitos son cascarrabias y pierden perspectiva, qué sé yo. Ojalá no envejezca y muera pronto.

T dio un atisbo de su personalidad, se alejó después de haber pasado a la pinche mesa esa. Lo noté, me acerqué a él y le preguntaba que sucedía, el balbuceó algo así cómo que no debería haber pasado y que tenía ánimo de irse ya, que no era justo, qué él no es así como nosotras, que le cuesta ansiedad hablar con las demás personas y qué se yo. En lo personal me pareció una completa y reverenda estúpidez. ¿Cómo diablos alguien puede ponerse mal por esas cosas? En fin, le dije "no manches". Y T sintió que aminoraba sus problemas, no quería hacerlo. En realidad no entendía que pasaba, aún me cuesta trabajo procesarlo, creo que a veces me da por sacar el espectro autista, cómo sea. Y le hablé como a uno de mis alumnitos, le dije que mirara el horizonte, que viera el paisaje, que disfrutara el momento, porque no todos los días puede estar ahí. Se calmó. También le intenté subir un poco el ego diciéndole que era mucho mejor poeta que los que estaban ahí y me dijo "lo sé". Me asusté, qué clase de humano es este... intenté no darle tanta importancia.

Cuando terminaron de parlotear y mostrar su reacio talento, nos movíamos hacia un restaurante a cenar. Desde que había llegado al encuentro lo noté. Un muchacho alto, flaco, blanco, ojos avellana, playera otaku. Me acerqué y le dije que estaba groove su playera. Y saltó C a hacer más platica, de la nada ya nos habíamos colado a la cena e invitado uno más al club de viajeros. Este nuevo integrante lo apodamos "bebé".

Bebé y yo no las pasamos charlando toda la cena, viéndonos, molestándonos, incomodándonos. Fue divertido, me parecía extraño que alguien se fijase en mí, pero creo que fue más la aburrición y la aventura del momento, el hecho de que él es un chico bueno y de casa y yo una desvergonzada con cara de niña y orejas de gato.

Convencimos a la madre de Bebé de que se quedara un rato a jugar con nosotros, fuimos al hotel de mala muerta y luego luego vi como un hombre llevaba a una habitación a una prostituta, hice un chiste de que alguien tendría acción, ese alguien esperaba ser yo.

Fuimos a un bar de cervezas artesanales pet friendly cero gluten y cosas de ese estilo, pedí una que sabía horrible, Bebé me acompañó por cigarrillos y comenzó la cacería. Tal vez lo más emocionante aparte de presentar mis revistas y escritos fue el preámbulo para besar a ese chico.

El encargado del bar me dio algunos consejos que pasan de lo soez, cuando regresó bebé del baño, C y T se metieron para darnos espacio, al final nos animamos. Y fue un beso lleno de energía y hambre, un beso de precocidad adolescente tardía.

Y justo cuando ambos estábamos tomando decisiones adultas sobre el recién suceso, salió C enojada del bar y un confundido y triste T tras ella, pidiéndome que no la dejara sola.

La noche se arruinó.

Carajo era mi cumpleaños.

C y yo nos quedamos en la misma habitación dejando fuera a un muy vapuleado T tras una puerta delgada. Esa noche me sinceré y le conté todo a C de como conocí a T y que cosas habían pasado, de alguna manera eso nos unió muchísimo. Comenzaba a enamorarme de su forma de ser.

Amigos míos, no soy lesbiana ni pretendo serlo, a mis veintiséis años he pasado por varias interacciones las cuales me han enseñado lo que sé y sé que me gustan los hombres. Aún así me comprometí ficticiamente con ella, lo que provocó una llamada de mi madre toda asustada. (¿De verdad, mamá?)

 Las cosas pintaban medio mal, ya era domingo, teníamos que regresar sí o sí a Orizaba, nuestro camión nos esperaba. Y bueno, también unas amistades de por allá para ir a comer.

De acuerdo con lo que los paramédicos dijeron T sufrió un golpe de calor. Pero C, la enfermera, el médico, T y yo sabíamos que fue un berrinche.

Ahí me cayó el veinte de que me gusta viajar sola o con gente dispuesta a la aventura. Jamás terminas de conocer a las personas. Y está bien. Uno acepta a sus amigos con todo y dramas causados por una pelea y un sonidito. (Échame la cumbia).

Como pude, llegué a mi casa con una anécdota que contar de como terminé viajando en una ambulancia por Orizaba.

Y una vez más con el corazón roto. El casi tocar el espejismo.

T y yo aún seguimos siendo amigos. C y yo igual. T y C se mandaron al diablo.

A veces así son las ecuaciones, qué sé yo. Jamás fui ni seré buena matemática, ni poeta.

Mierda. Era mi cumpleaños.




viernes, 11 de octubre de 2019

Diario de una vagabunda (1)

Desde marzo he viajado de manera consecutiva a las fronteras que colindan con mi ciudad. He decidido escribir mis experiencias. Creo que es mejor ser turista y mirar todo desde un punto donde todo es la novedad pasajera.



Mi primer viaje fue a CDMX, intente disfrutar el concierto de Graham Coxon, lo cierto es que me emocionaba la idea de poderme pagar todo un viaje con todo y boleto sin necesidad de chillarle a mi papá por dinero.

Salí un jueves después de trabajar corriendo a la terminal de autobuses, porque alguien me esperaba. Así es, era un muchacho. Lo había conocido unos meses antes por internet y me parecía curiosa su forma de ser, un pervertido insoluto, y a veces le seguía el juego sólo por ver hasta dónde llegaba. Me gustaba mucho.

Quedamos de vernos en la glorieta de Insurgentes, era la segunda vez en mi vida que iba por allá, y como siempre (cuando algo no va bien), llegué temprano. Temí que me dejara plantada, los minutos pasaban y yo buscaba alguna manera para entretenerme y no ponerme más nerviosa de lo que ya estaba. Y llegó. Ahí estaba, tan desentendido, sonrió. Realmente es muy guapo, alto, cabello negro, ojos oscuros, piel blanquecina, sonrisa pícara, delgado.





Hubo un momento en donde dudé mucho de mí y de mi capacidad por hacer lo correcto. Charlamos un poco, necesitaba conocerlo más allá de unas cuantas fotografías. Nos despedimos dos veces, y en esas se sentía la tensión del que desea hacer algo pero no se atreve porque no es correcto. Él está con alguien más.

El concierto fue un desastre.



Sin embargo, la pasé bien, estaba en compañía de uno de mis más queridos amigos. Y ese día también hice las paces con Lala, y me llevó a comer algo llamado Birriamen. También me di cuenta de que soy horrible a la hora de escoger ropa.

Pero seguía pensando en la perdida del tiempo y de energías que me había generado el conocer a ese chico. Realmente me gustaba y me cagó demasiado que estuviera con alguien, pero más que estuviera dispuesto a no ser alguien integro.

El viaje terminó con un deposito que me hizo llegar mi padre, compré unos tenis nuevos que en la última estupidez terminé por destruir. Bailé con un dinosaurio, intenté embriagarme en la primera comunión de mi prima, me llevé el clericot a Puebla y lo repartí entre mis colegas de la revista. Y de nuevo me di cuenta de lo desastrosa que soy como persona, como directora, como escritora, como guía.



Y lo jodido es que en todo el trayecto pensaba en que era un buen comienzo. En que pronto desecharía todo lo que me aqueja, que el concierto de Graham Coxon sería como un bálsamo y que cantaría esas canciones que me recuerdan tanto a cierto filósofo. Pero bah, puras patrañas.