viernes, 11 de octubre de 2019

Diario de una vagabunda (1)

Desde marzo he viajado de manera consecutiva a las fronteras que colindan con mi ciudad. He decidido escribir mis experiencias. Creo que es mejor ser turista y mirar todo desde un punto donde todo es la novedad pasajera.



Mi primer viaje fue a CDMX, intente disfrutar el concierto de Graham Coxon, lo cierto es que me emocionaba la idea de poderme pagar todo un viaje con todo y boleto sin necesidad de chillarle a mi papá por dinero.

Salí un jueves después de trabajar corriendo a la terminal de autobuses, porque alguien me esperaba. Así es, era un muchacho. Lo había conocido unos meses antes por internet y me parecía curiosa su forma de ser, un pervertido insoluto, y a veces le seguía el juego sólo por ver hasta dónde llegaba. Me gustaba mucho.

Quedamos de vernos en la glorieta de Insurgentes, era la segunda vez en mi vida que iba por allá, y como siempre (cuando algo no va bien), llegué temprano. Temí que me dejara plantada, los minutos pasaban y yo buscaba alguna manera para entretenerme y no ponerme más nerviosa de lo que ya estaba. Y llegó. Ahí estaba, tan desentendido, sonrió. Realmente es muy guapo, alto, cabello negro, ojos oscuros, piel blanquecina, sonrisa pícara, delgado.





Hubo un momento en donde dudé mucho de mí y de mi capacidad por hacer lo correcto. Charlamos un poco, necesitaba conocerlo más allá de unas cuantas fotografías. Nos despedimos dos veces, y en esas se sentía la tensión del que desea hacer algo pero no se atreve porque no es correcto. Él está con alguien más.

El concierto fue un desastre.



Sin embargo, la pasé bien, estaba en compañía de uno de mis más queridos amigos. Y ese día también hice las paces con Lala, y me llevó a comer algo llamado Birriamen. También me di cuenta de que soy horrible a la hora de escoger ropa.

Pero seguía pensando en la perdida del tiempo y de energías que me había generado el conocer a ese chico. Realmente me gustaba y me cagó demasiado que estuviera con alguien, pero más que estuviera dispuesto a no ser alguien integro.

El viaje terminó con un deposito que me hizo llegar mi padre, compré unos tenis nuevos que en la última estupidez terminé por destruir. Bailé con un dinosaurio, intenté embriagarme en la primera comunión de mi prima, me llevé el clericot a Puebla y lo repartí entre mis colegas de la revista. Y de nuevo me di cuenta de lo desastrosa que soy como persona, como directora, como escritora, como guía.



Y lo jodido es que en todo el trayecto pensaba en que era un buen comienzo. En que pronto desecharía todo lo que me aqueja, que el concierto de Graham Coxon sería como un bálsamo y que cantaría esas canciones que me recuerdan tanto a cierto filósofo. Pero bah, puras patrañas.





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