martes, 1 de septiembre de 2015

Patinar

El día de hoy salí a patinar como lo he estado haciendo desde hace una semana cuando el chico del auto azul, como lo llama mi papá, me los trajo sanos y salvos después de una operación en casa de Mono. Y si de por sí ya no tengo pompas, ahora menos, se aplanaron por el sentón que me di al dar la vuelta para regresar a casa.

Me gusta salir en las noches y sentir el aire frío mientras extiendo mis brazos y dejo que las llantitas de los patines hagan su trabajo. A veces alzo la cabeza para poder ver las poquitas estrellas que se alcanzan a divisar por mi colonia que desde hace cinco años está poco iluminada, hay una deuda o algo así en realidad no me interesa mucho porque puedo ver las lucecitas de la noche.

Salí a patinar para poder fumar el último cigarrillo del día, era necesario. Aunque ahora me duele el estomago. Esta noche papá dio otro de sus sermones llenos de sabiduría pero también escepticismo sobre los límites de las intenciones de las personas, ya no quería escucharlo y no es porque diga cosas malas es porque a mi también me gustaría ser escuchada. Él lo hace, pero no muy seguido, y me agrada que sea así, puede ser que por esa razón nuestra relación ha durado muchos años.

El abismo del silencio que existe entre la distancia de un asiento a otro en el sillón es reconfortante, papá hace que ese espacio sea único y nuestro. A él no le gusta que fume, como a la mayoría de personas que me conoce, es por eso que me salgo de manera tan abrupta, para no incomodar y para que no me regañe. No me gusta verlo molesto conmigo. Papá es la mejor persona del universo pero también es la más maquiavélica.

Mientras patinaba pensaba en analogías sobre la vida, llegué a la conclusión de es estúpido decir "la vida es como fulanita cosa... bla bla bla", porque la vida simplemente es eso, vida. Empecé a reír como loquita mientras las personas que hacen ejercicio nocturno o las que sacan a pasear a sus amigos caninos me veían como si fuera un objeto curioso y peligroso; reí más.

Claro que hubo un momento de decisión en el cual estaba el conflicto entre dar otra vuelta más o regresar, la señal me la dieron los perros, odio que me persigan, sobretodo porque tiene mucho que dejé de patinar así que soy torpe y al acelerar me puedo medio matar. Sentí miedo, y el miedo es lo que nos hace caer, detenernos o seguir.

Así que a la hora de regresar tenía un extraño presentimiento de caerme, uno mismo se hace bromas de mal gusto. Porque en la tarde pasé a dejar a una amiga más lejos y no tenía miedo a que pasara algo malo, confiaba en los patines, en mí y en todo el universo. Pero hace rato pum, adiós pompitas de lechuga. Tuve miedo y no sólo fue la caída, incluso antes me andaba tambaleando, después me caí, y para rematar me enfrenté con los perros que tanto detesto. Todo eso en menos de cinco minutos.

Tal vez eso deba enseñarme a no salir a patinar en la noche o ahorrar para comprar un casco y rodilleras e incluso a ser más precavida. Sin embargo, sé que no lo haré y que mañana, como hoy, volveré a patinar.



Rolita para caerse a gusto:






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