jueves, 19 de agosto de 2010

Feliz día papá

Nadando dentro de unos ojos negros, más bien podría decir marrones, puesto que no existen los ojos negros. Ella estaba seguramente dispuesta a dar de nuevo todo por él, ¿pero cómo demonios lo volvería ella a demostrarlo?

Él más que nada la esperaba en casa, con una sonrisa para creer que su día podría cambiar en un instante y así ser un día feliz. Pero, no todo fue así, el día poco a poco se fue nublando y él llegó en la noche justo cuando había dejado de llover y las nubes se despejaban... lamentablemente solo se despejó el cielo, pero no la ebriedad de su amada.

Abrió cautelosamente la puerta, esperandola a ella, más que a sus propios hijos, pero le sucedió como a ese niño en navidad cuando el tipo gordo de rojo no le trajo lo que tanto deseaba. Sonrió ya que sus hijos corrieron hacía a él, pero aún así, no era suficiente.

La ingrata habló por teléfono, ebria, pidiendo disculpas, lo más idiota que pudo haber hecho en ese momento ya que uno de sus hijos estaba intentando tapar el problema cuando pensaba que no había nada que tapar, su madre le había mentido cuando le había dicho a sus tres hijos que no mintieran nunca. Je... que decepción.

Tuvieron una discusión fuerte, los pequeños escuchaban, el mayor ni idea que hacer y solo empezó a cantar como histérico... no quería que sus lágrimas recorrieran ese camino puesto que no era justo por la ocasión.

El pobre hombre cansado, asustado y deprimido se quedó en el letargo de la noche esperandola, porque realmente no le importaba lo que había hecho, solo deseaba verla, deseaba ver su regalo más preciado... pero ella nunca más llegó. Fue el fin, es el fin.

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