jueves, 3 de enero de 2013

Sweet sick love

Firts time

En un extraño día de enero Carmen había salido de clases en el preciso momento donde Alberto se sentaba en la jardinera más cercana a fumar un cigarrillo. Ella alzó la vista y se detuvo en la esquéletica figura de aquél chico de cabellera larga y desordenada, a decir verdad, ni se le veía la cara. A Carmen le pareció bastante gracioso qué hubiera alguien que no sólo pudiera fumar sino además respirar detrás de tremenda greñota la cual opacaba un rostro palido y sobre todo unos ojos fríamente grises.

Pasó a su lado, Carmen, prendió igualmente un cigarrillo. Ahora los dos eran dos nubes de humo, sin embargo, ni uno, y ni otro comenzaron alguna platica, tan sólo se miraron fijamente a los ojos. Sí Carmencita era muy bonita, un poco mal arreglada, pero muy, muy linda.

Alberto a quién no le importaba nada más que entender a una sociedad perdida, se fumaba la vida, mientras que Carmen tenía el infantil sueño de ser alguien importante, alguien a quien admirar.

-Si no los quieres yo me los fumo. -Dijo Alberto al recoger la cajetilla de cigarros mientras Carmen se sentaba a un costado de él.

-No. -Contestó ella tímidamente, mientras los tomaba sin mirarle a los ojos. -Gracias. -Dijo rápidamente sin apartar los ojos de su mano.

El tiempo transcurrió lenta e incodamente.

Second step

Estaban en la habitación de Alberto, un lugar cómodo, tranquilo, incluso limpio sin embargo Carmen no sabía que había en ese lugar que siempre que entraba la llenaba de una gran melancolía, era una mezcla entre tristeza, náuseas y encabronamiento. Ella estaba perdidamente enamorada de él, y él lo sabía, sin embargo, a  veces y sobre todo en los días lluviosos esa habitación se volvía una especie de refugio para la problemática chica con actitud de niña mimada.

Carmen se quitó su blusa toda empapada por la lluvia; se habían quedado de ver en algún parque, y como siempre discutieron acerca de quien amaba más y quien menos. En el instante donde Carmen rompió a llorar empezó a llover fuertemente, ella trató de escapar, de correr como siempre lo hacía, Alberto la tomó del brazo y la jaló hacía él, la besó tiernamente mientras secaba con sus dedos las lágrimas saladas de aquella chica. Tomó su chamarra y con ella se cubrieron mientras corrían por la avenida y así poder refugiarse.

Alberto le pasó la secadora de cabello de su madre, mientras hacía aspavientos al intentar ganarle a la tentación y no ver el cuerpo semi desnudo de la chica. Ella rápidamente secaba su pantalón y su blusa, no obstante, la tentación pudo más que la prudencia, no importaba en que momento podría llegar alguien y descubrirlos, él la tomó por detrás, le besó el cuello, ella rápidamente se volteó y lo miró fijamente a los ojos, brillaban.

Esa tarde lluviosa, él recorrió con sus labios su cuerpo lleno de iracundos secretos, sus labios rojos y pechos rosados. Su cabello de él era suave como la seda, ella trataba de no perder de vista sus pequeños ojos grises, el color rosa palido de su piel, le arrancaba besos, aquellos que no sólo tocaron sus labios sino que tambión tatuó su corazón.

-Te quiero a morir, no me importan los demás y lo sabes. -Dijo Carmencita al acurrucarse en él.

-Tonta, si te mueres, ya no te podré amar. -Le contestó acariciandole la espalda.

La lluvia habló un lenguaje que tan sólo ellos dos pudieron entender.

Third tree

-Ya no te aguanto más.  -Dijo ella llena de lágrimas mientras se sentaban en el árbol donde se habían hecho novios.

-¿Es por él verdad? -La miró desafiantemente.

-No, no, no, jamás entiendes, no me entiendes, no es por él, ni siquiera por mí, es por ti. -Buscó algo en su bolso y sacó un cigarrillo y lo prendió. Sus lágrimas no paraban.

-Ya deja de llorar, es todo un teatro tuyo. Mira yo sé que no he sido el mejor hombre contigo, pero tu sabes que he hecho muchas cosas por ti, ¿qué no te basta? hasta me pelee con mis papás por irte a ver, ya no tengo amigos porque de plano no hablas cuando estamos con ellos, y mis amigas ni me quieren ver porque dicen que tu sólo me ocupas de paño de lágrimas. -Dijo él muy alterado.

-Alberto, es que yo, yo, yo te quiero, y te quiero conmigo, pero no así, no de esta manera, por favor, déjame, ya no me busques más, ya no quiero salir contigo. -Aumentaba gradualmente las lágrimas.

-¿Entonces, quién carajo te entiende? Estoy seguro que es por él, no debiste haberme enamorado, eres mía, entiéndelo. -La abrazó fuertemente y ella rápidamente lo alejó de si.

-No, déjame, te odio, te odio por amarte tanto. -Corrió ella y esta vez el no la detuvo, tan sólo la dejó ir...

Los días pasaron nubladamente, no quería él saber algo de aquella pérfida ingrata, seguramente ya está en brazos de otro tipo estúpido como yo, se repetía en la cabeza. Pero lo que el no sabía es que ella se la pasaba llorando no quería salir, no quería comer, no quería ni que el tenue rayo de luz la tocara, todo, todo, le recordaba a él.

Entonces un día se volvieron a encontrar, él iba con otra chica, mientras ella buscaba cigarrillos en su bolso, al alzar la vista inmediatamente comenzó ella a llorar y el sin más preámbulo la ignoró y se fue abrazando a la desconocida.

El jamás iba a entender porque ella lo dejó, y no quería, no daba razón todo iba tan bien, incluso iban a salir de viaje. Y es que lo que él jamás entendió fue que su amor era tan grande, tan dulce que lo volvió enfermizo.

Ya no había flores, ni colores, ni estrellas, no había nada, tan sólo el asqueroso sentimiento a él. Y en ese preciso día donde el cielo esta alegremente azul, se apareció él.

El cielo se enfermó, se volvió gris, como el de sus hermosos y cristalinos ojos.

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